domingo, 8 de agosto de 2010

HIJO DE ALGO


En los albores de los años 80, yo también sufrí una crisis de identidad. Después de varios años comprobando en Vizcaya lo importante que para algunos era la procedencia de los apellidos, acudí a mi Ayuntamiento para pedir el acceso a los datos del padrón. Al funcionario municipal del Valle de Mena que me atendió en Villasana debí inspirarle cierta confianza como nieto de Tomasín que era. Sin tener que insistir mucho sobre mis intenciones, me dieron las llaves del antiguo calabozo. Allí dormían en medio del abandono los libros correspondientes a los registros de habitantes de todo el Valle de Mena. Armado de paciencia, papel y bolígrafo, inicié la búsqueda de mí mismo.
Yo sabía que me apellidaba Cámara Sáez Orive Gómez Mendívil Ortíz Urruela Ortíz, pero con ocho no me bastaba, quería más. Así es como descubrí mi escondido linaje. Nada de aristócratas, ricos hacendados ni gentes de la cultura. Entre mis antepasados eran abrumadora mayoría los agricultores, trabajadores por cuenta ajena, aunque algunos de ellos demostraron estar dotados de cierto espíritu emprendedor. De esta forma, rellené 28 de los 32 primeros huecos de mis apellidos. Un par de bisabuelos procedían de tierras allende el Valle de Mena, Poza de la Sal y Carranza creo recordar. Así es como supe que soy

José Manuel Cámara Sáez Orive Gómez Mendívil Ortíz Urruela Ortíz Novales López Rueda Gómez González Ortíz Valle Caballero Hoyos XXXXX YYYYY Crespo Acha Arana Campo Brizuela Rivas ZZZZZ XXXXX Zorrilla Angulo Trasviña Bustillo Pando.

Ese era yo. Desde entonces, mis 28 apellidos me acompañan dentro de la cartera, no vaya a ser que me cruce con algún pariente perdido y necesitemos echar mano del árbol genealógico para buscar nuestro grado de relación familiar.
De vez en cuando, en ese momento de hinchazón de orgullo en que alguien se pone espléndido asegurando lo vasco que es, yo también sostengo que “soy vasco al 17 por ciento”. La proporción elegida es orientativa, pero me sirve para gastar bromas sobre mi hidalga cuna. Y es que en el Valle de Mena si algo nos sobra es hidalguía. Los meneses somos hijos de algo. Lo dice nuestro escudo de armas: “Para estar, ser hidalgo necesitar”. No se puede estar en Mercadillo, Sopeñano o Nava sin ser cristiano viejo. Malas noticias para las razas semíticas. Menos mal que ya nadie hace caso de la heráldica, la genealogía, la limpieza étnica, las batallas medievales y las guerras de religión. ¿Nadie?

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