jueves, 19 de agosto de 2010

Hace 30 años…


Hace 30 años, en Villasana de Mena no había Festival Internacional de Folklore ni Semana Cultural. El Cine Amania estaba cerrado, no programaba películas, ni teatro, ni conferencias… Las cocinas de los más afamados restaurantes del Valle no rivalizaban entre sí para ofrecer el mejor plato preparado con carne de vaca mochina o cazuelitas exquisitas en unas espléndidas Jornadas Gastronómicas. Los ases del atletismo y el ciclismo no venían al pueblo a recibir homenajes. El deporte que arrastraba más gente al polideportivo era el futbol. El Club Deportivo Menés tenía el corazón partío entre su alma burgalesa y su corazón vizcaíno. A los bravos héroes del balompié local les tocaba jugar en Castilla, pero los desplazamientos eran muy caros para llegar a la otra punta de Burgos y además, en ocasiones, decían que no les recibían muy bien y les llamaban vascos con tono insultante. No en vano, actualmente, el Menés juega en el grupo Primero de la Tercera División Territorial de Vizcaya, disputando sus partidos contra clubes como el Neguri, el Górliz o el Gordejuela.
Hace 30 años, el mejor deporte se practicaba andando de noche para volver de fiestas como las de Vallejo. También podía cogerse una bicicleta para realizar un rallye-poteo por los pueblos del valle, que obligariamente empezaba en el Bar de Antonio, también en Vallejo… Vallejo, siempre Vallejo… Sus fiestas en honor de San Lorenzo, en torno al 10 de Agosto, marcaban un hito en las celebraciones estivales de la juventud. Cualquier encuesta entre meneses y veraneantes que tengan entre 40 y 55 años concluirá que no había fiestas como aquellas, junto a un río que servía para despertar borrachos, aliviar calentones o cerrar la noche con un chapuzón colectivo.
Hace 30 años, los meneses se bañaban en la piscina del polideportivo y jugaban al frontón. Las dos paredes levantadas en una esquina del recinto se convirtieron en la instalación más rentable por el intenso uso que hacían de ellas los aficionados a la pala. Sobre todo con pelota de goma. Hoy día, el frontón está cubierto. Antes, cualquier chaparrón lo inutilizaba. ¿Y qué decir de la cantidad de veces que había que cruzar la valla de alambre de espino que limitaba el polideportivo para buscar las pelotas perdidas en los campos de cereal que había en los alrededores? Algunos jugadores debían pensar que la tienda de deportes de mi padre estaba conchabada con el Ayuntamiento para que no se cerrase la parte superior del frontis con el fin de que Manuel Cámara pudiese vender más pelotas.
Hace 30 años, en el polideportivo también se jugaba a los bolos, concretamente a la modalidad de Pasabolo Tablón, una disciplina en la que los cántabros eran y son los mejores. Por el polideportivo pasó incluso el número 1, José Manuel Llamosas, apodado “El Lobo”. Es una lástima que esta tradición desapareciese en Villasana por falta de relevo generacional. ¡Una pena que los chavales no puedan ver ahora cómo se planta un bolo sobre la mojado y mimado tablón con aquella arcilla que amasaban entre sus dedos los expertos armadores que tantas tardes nos hicieron disfrutar del juego y de su animada charla!
Hace 30 años, no había clubes de ciclismo ni atletismo que incitasen a los niños a gastar su energía sobrante pedaleando o corriendo campo a través. Tampoco había Puntos de Dinamización Juvenil, ni bibliotecas públicas ni locales con conexión gratuita a Internet… ¿Internet? ¿Qué demonios era eso?

Hace 30 años, en Villasana había unos 20 bares y restaurantes. Dividiendo los mil habitantes que podía tener el pueblo entre tanto garito, nos salía una media de 50 personas para mantener cada local tomando cafés, cañas, aperitivos, comidas y cenas. Uno de aquellos establecimientos hosteleros era una discoteca, el River Club, recinto de iniciación de los jóvenes en el complicado arte de la seducción y el flirteo. Allí dentro, casi todas las luces se apagaban cuando sonaba “lo lento” y los más osados buscaban pareja para bailar “a lo agarrao” alguna balada italiana de Sandro Giacobbe o Umberto Tozzi. En el River, cada año, se elegía a las más guapas del Valle, misses, reinas y damas de honor de la belleza. Su grado de hermosura quedaba reflejado en una banda que llevaban con orgullo y algo de vergüenza por encima del talle. Por aquel entonces no había Institutos de la Mujer que afeasen la conducta de los organizadores de tales eventos que trataban a las chicas como ganado de concurso. También estaba el Casino de Mena, al que se entraba sólo previo pago de su correspondiente cuota anual. Su carnet se convertía en un salvoconducto que le licenciaba a uno para codearse con la flor y nata de Villasana, madrileños y vizcaínos con sonoros apellidos cargados de ringorrango. Para más información, leer “Últimas tardes con Teresa”, de Juan Marsé.
Hace 30 años, el principal núcleo de difusión de la cultura era el kiosko situado junto al río Cadagua, frente a la plaza del Ayuntamiento, reconvertido hoy tras su ampliación en oficina de información turística. En su interior, cabía de todo. De ello se encargaban Emilio y su esposa. Montones de periódicos diarios, revistas semanales y libros entraban por la puerta trasera sin que el kiosko reventase nunca por exceso de presión. A través del ventanuco uno podía pedir su ración diaria de información que servía para poder enterarnos de lo que se estaba cociendo en España en plena transición. Revistas como “Cambio 16” nos hacían conscientes de una revolución silenciosa que penetró en el país para transformar un régimen dictatorial en una democracia parlamentaria. Otras publicaciones más subidas de tono nos demostraron que las personas podían desnudarse sin temor al infierno, cuyas llamas no devoraban a los pecadores por mucho que predicasen algunos. Pasado el tiempo, los meneses incluso pudimos empezar a leer “El País”, cuya recepción en el kiosko fue celebrada por muchos como la llegada del maná. Pocas sensaciones de gozo tan intenso he vivido como la de comprar ese periódico los miércoles para leer el artículo de un colombiano llamado Gabriel García Márquez que acabaría convirtiéndose en Premio Nobel. El kiosko de Emilio era la ventana que comunicaba el Valle de Mena con el mundo.
Hace 30 años, en Villasana había otra fuente de aire fresco: la radio. Con el dinero ahorrado dando clases particulares, me compré junto a mi hermano un equipo de música dotado de plato giradiscos y sintonizador. Unos operarios se encargaron de instalar en el tejado de mi casa una antena “de cuernos” con la cual se podían recibir las señales de las nuevas emisoras que inundaban las ondas de libertad. Escuchar Radio 3 en sonido stereo era toda una hazaña. A través de los altavoces llegaban los programas de Carlos Tena, el “Tris Tras Tres” de Carlos Faraco,el “Tiempos Modernos” de Manolo Ferreras, la voz de Fernando Poblet y su interpretación anarcoide de la realidad política, los ecos de “La Barraca”, con Gloria Berrocal, y la música de Ramón Trecet, Jesús Ordovás, Diego Manrique, Carlos Pina, Rafael Abitbol, Juan Ignacio Francia, José Manuel Rodríguez Rodri, Juan de Pablos… Entonces decidí que yo quería trabajar allí.
Hace 30 años, los partidos políticos eran los emisarios de nuevas ideas que se postulaban para gobernar el país. Ya no era obligatorio tener siempre al mismo General dictando leyes e imponiendo su criterio. Con la muerte de Franco, España se dio la vuelta como un calcetín. Jarcha nos animaba a disfrutar de la “Libertad sin ira” y se nos invitó a opinar en las urnas: “Habla, pueblo, habla”. Los españoles empezaron a hablar en las elecciones. Para ponerle cara y ojos a los partidos políticos, se celebraban mítines en los que podíamos escuchar a quienes querían gobernar España. No me perdí ni un solo acto electoral que se me puso a tiro. Daban igual las siglas. Aquello era lo nunca visto y yo tenía que verlo. Los partidos organizaban mítines en Villasana y yo era uno de los cuatro gatos que acudían para oír lo que nos querían decir. Daba igual que aún no tuviese edad para votar. Por aquel entonces empecé a coleccionar pegatinas de partidos políticos o sindicatos que llamaban al voto, a manifestaciones o exigían reivindicaciones de todo tipo. Soplaban aires de libertad y yo necesitaba despeinarme con ellos.
Hace 30 años, éramos 30 años más jóvenes…

Sanlúcar de Barrameda, a 17 de agosto de 2010

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